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    Horizonte de sucesos | Interstellar, de Christopher Nolan

    Póster Test

    Bill Murray, por Lorenzo Montatore | Todos los derechos reservados ©

    ilustración| Lorenzo Montatore
    lunes, 15 de diciembre de 2014

    Anoche saliste en la tele

    Durante su última intervención en el programa de David Letterman, Bill Murray, con esmoquin negro y una pajarita conscientemente torcida, como si fueran dos hélices, volvió a demostrar su condición de indomable culo inquieto. Allí evocó el chascarrillo de la despedida de soltero en un restaurante de Charleston (Carolina del Sur), habló sobre su próximo filme junto a Emma Stone, describió sus peripecias en Italia como espectador de primera fila en la boda de su gran amigo George Clooney y, por supuesto, tampoco olvidó mencionar su flamante nueva película: St. Vincent. Lo del restaurante se hizo viral hace unos meses, en primavera. Era un negocio "especializado en carnes"; Bill se encontraba allí cenando con varios amigos. Una noche más, quién lo diría, y sin embargo un encuentro inolvidable tras la penúltima copa. De camino a los servicios, situados en la planta baja, un joven reconoció al genio de Wilmette y se acercó a él para invitarle a la despedida de soltero que estaba celebrando un amigo suyo en ese mismo local, en otro salón, y para incitarle de paso a trasegar unos güisquis blend con la panda. Murray rehusó amablemente pero el chico llamó a la caballería, que reía juguetona y festejaba entonces sin referente alguno. Le convencieron cuando Bill ya no podía negarse porque en esas plazas una negativa tras otra es asignatura de insensibles y antipáticos con delirios de grandeza. Con todo, al verle llegar se les quedó la misma cara que a Tallahassee (Woody Harrelson) en Zombieland cuando hubo comprobado que ese Bill Murray era el auténtico y que, ah, ¡no mordía!

    —Dile algo al novio, Bill. Dale algún consejo a cámara.
    —¿Un consejo? Me pedís consejo y esto es como ir a un funeral, no sabes qué decir.

    A continuación grabaron un vídeo en el que Murray intentaba aconsejar, contraviniendo quizá su propia idiosincrasia, a los allí presentes: "Voy a dedicar este vídeo a los acompañantes del novio; para él ya es demasiado tarde. ¿Sabéis eso que dicen de que los funerales no son para el muerto? Pues las despedidas de soltero no son para el novio. Si crees que has encontrado a tu media naranja, no te limites a pensar lo típico: 'Ok, vamos a escoger un día, a planearlo, a hacer una fiesta y casarnos. Coge a esa persona y viajad alrededor del mundo. Comprad dos billetes para viajar por todo el mundo e id a lugares a los que es difícil llegar y de los cuales es difícil escapar. Y si cuando volváis, cuando aterricéis en el JFK, aún estáis enamorados de esa persona, casaos en el mismo aeropuerto". Después, a modo de colofón, Bill Murray y cía auparon al novio, que para éste debió ser como sentir/ver a Dios llevándole en volandas y guiñándole un ojo desde abajo como diciendo: Ánimo, hijo. Tú puedes.

    Hacerlo todo bien

    Entre preguntas cómplices y suspiros mudos se movía la "estrella de cine anti-estrella de cine" aquella tarde, regalándole al canal una buena cuota de share con apenas un trozo de tarta espachurrado en una bolsa hermética y una carrera al trote cochinero por las inmediaciones del set. Todo muy yanqui, muy simple, muy Bill Murray. Un tipo que hace ya algún tiempo abandonó su condición de estrella cinematográfica para transformarse en lo que es hoy día: alguien inmune a la desmemoria. El actor más admirado entre los menos pródigos, ya que Murray también es célebre en Hollywood por sus largos periodos de hibernación sin canal ni código del que servirse para comunicar con él. Todavía conserva, eso sí, un número 800 en el que los interesados pueden dejar sus mensajes de voz, y a veces lleva consigo incluso una Blackberry, por si las moscas. Aunque prefiere vivir impermeable al ruido tecnológico y a las prisas rutinarias, como si realmente existiera una realidad táctil más allá de los emails o los Skype desde California a Nueva York, a horas tal vez intempestivas por asuntos de negocios. Es bien sabido, además, que Murray no tiene representante y eso lo convierte en poco menos que un excéntrico al que los guiones le sonríen con una escasez impropia de su categoría. "Yo sólo hago lo que me gusta", reconoció a Variety en octubre con motivo del estreno de St.Vincent, donde interpreta a un cascarrabias que acepta forzosamente (a 14 dólares la hora) ser el canguro de un chaval que cuenta sólo diez años y cuyos padres —divorciados por una infidelidad— se las vienen con pleitos por su custodia y por rencores ajenos a él.

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